La alimentación en los países industrializados es demasiado rica en proteínas animales, especialmente procedentes de la carne. Además de los problemas económicos, ecológicos y éticos relacionados con su consumo, los productos cárnicos tienen una incidencia directa en la salud humana: aumentan el riesgo de padecer diversos cánceres, enfermedades cardiacas, obesidad, osteoporosis, artritis, diabetes, alergias e intoxicaciones alimenticias. ¿Son realmente necesarios? ¿En qué cantidad conviene consumirlos?
Hay sitio para la carne roja en nuestra dieta si así lo elegimos, pero no es esencial. La carne animal posee un elevado contenido en grasas saturadas que favorecen los trastornos cardiacos y la obesidad. Sin duda, necesitamos proteínas y hierro, pero la carne animal no es la única fuente ni la mejor para obtenerlos.
En todo caso, si comemos carne, deberíamos consumirla biológica, ya que así nos aseguramos de que esté libre de antibióticos y pesticidas». Quien así se expresa es la naturópata Janella Purcell y, aunque sus palabras suenen razonables, muchas personas tal vez no las compartan, sobre todo cuando dice que la carne –alimento proteínico por excelencia– no es esencial en nuestra dieta. Es indudable que las proteínas son imprescindibles para la reparación y formación de células y tejidos, pero ¿hemos de obtenerlas necesariamente de la carne?
La respuesta es no. Aunque este alimento aporta entre un 70 y un 75% y presenta más elevada proporción de aminoácidos esenciales que los alimentos vegetales, cuyas proteínas son incompletas para la dieta humana, es posible aumentar su valor biológico si se mezclan alimentos complementarios en la misma comida: las lentejas o garbanzos con arroz, las alubias con maíz, o el cuscús con garbanzos son excelentes combinaciones de proteínas vegetales y aminoácidos esenciales (AÑO/CERO, 172).
Las proteínas de pescados y mariscos también satisfacen nuestras necesidades proteicas si se toman en pequeñas cantidades junto con cereales. Debido al elevado contenido en proteínas de la carne, hace unas décadas nutricionistas y científicos americanos la consideraron un alimento esencial. Sin embargo, tal valor se ha cuestionado en los últimos años a medida que se descubren más sustancias protectoras del cáncer y del sistema cardiovascular en alimentos vegetales y aumentan los conocimientos sobre lo pernicioso para la salud del consumo excesivo de alimentos cárnicos.
Su repercusión en la osteoporosis, por ejemplo, es incuestionable: además de contener poco calcio, la carne acidifica la sangre y para neutralizar este fenómeno los huesos tienen que liberar calcio –mineral alcalinizante– que es eliminado por la orina en forma de sales. El proceso se intensifica por las cantidades de fósforo que contienen carnes, pescados y mariscos.Grasa saturada
Por otra parte, los médicos también han alertado que la grasa saturada de las carnes aumenta el riesgo de padecer cáncer de mama, ovario o próstata. En dichas enfermedades repercuten asimismo los hidrocarburos aromáticos (benzopireno) y las aminas heterocíclicas que se forman por la acción de las altas temperaturas a que se somete la carne en barbacoas y fritos.
Las sustancias hormonales empleadas en el crecimiento y engorde del ganado y las nitrosaminas que se forman por efecto de los nitritos sobre los aminoácidos de la carne en embutidos y piezas curadas son responsables igualmente del desarrollo de variados cánceres. Tampoco hay que olvidar el elevado contenido en sodio de las carnes que sobrecarga el organismo y favorece las enfermedades renales y cardiovasculares.
En cuanto a las sustancias residuales del metabolismo animal, el médico Frederic Vinyes, autor del libro ¿Carne? ¡No, gracias! (Océano Ámbar, 2005), menciona «purinas, ácido úrico, urea y creatinina». Estas sustancias son de difícil eliminación para el organismo humano: «Las purinas, que conceden a la carne un sabor y aroma característicos, se transforman en nuestro organismo en ácido úrico que si no se elimina adecuadamente da lugar a una enfermedad inflamatoria articular, como la gota.
En la carne de cerdo y en otras muy maduradas o mal conservadas, la proliferación bacteriana puede producir aminas vasoactivas, como la histamina y la tiramina, que pueden ser responsables de reacciones alérgicas, inflamatorias y aumento de la presión arterial».
Además de ser un importante factor de riesgo para la salud por todo lo anterior, existen otras consideraciones de carácter medioambiental y ético que no deben pasarse por alto cuando se consume carne o sus derivados. Cada vez son más las asociaciones que denuncian las consecuencias económicas, sociales y ecológicas relacionadas con la cría de animales en granjas industriales para el consumo humano. Millones de pollos, ovejas, corderos, cerdos, terneras y otros animales son sacrificados a diario en todo el mundo.
Sólo en EE UU se matan anualmente más de 25.000 millones de animales. Sus condiciones de vida son realmente crueles, «un espanto consentido que no tiene razón de ser en pleno siglo XXI», en palabras de Frederic Vinyes.
Sigue la información en revistas:Año Cero y Enigmas.Fuente: Año Cero
Autor: Isabela Herranz
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