viernes, marzo 21, 2008

La NASA advierte de que el «verdadero» hielo ártico ya está bajo mínimos

ANNA GRAU. NUEVA YORK.
¿Cuántas veces hay que demostrar que el planeta se calienta? Ahora es la NASA la que sale al rescate del paradigma del cambio climático, cuestionado por miembros de la clase política de EE.UU. con argumentarios tales como que este invierno ha hecho mucho frío y que parece que en el círculo polar ártico hay más hielo y no menos.
Pues los satélites de la agencia espacial dicen que ojo, que lo que crece es el hielo de temporada, flor polar de un día, mientras decrece implacablemente el hielo perenne, el que lleva dos o más años en su sitio.
El hielo ártico crece y decrece cada año al compás de las estaciones. Su extensión media en un mes de septiembre ronda los 4 millones de kilómetros cuadrados. En marzo se acerca a los 9 millones y medio. Este marzo, la observación combinada de los satélites de la NASA y de los del ejército de los Estados Unidos han mostrado un ligero incremento de la extensión media esperada, hasta alcanzar los 6,27 millones de kilómetros cuadrados. Eso es un 3,9% más que en los últimos tres años, pero sigue estando un 2,2% por debajo de lo que era la media hasta hace relativamente muy poco.
Desde los años cincuenta la tendencia es descendente. Pero a partir de un momento dado desciende a velocidad de vértigo. Entre 1970 y 1990, los hielos árticos perennes se fundieron una media de 500.000 kilómetros cuadrados cada década. Desde el año 2000 esta velocidad se ha casi triplicado. Sólo entre los inviernos de 2005 y 2007 han desaparecido el equivalente de la extensión de los estados norteamericanos de Florida y California. Que no son precisamente los más pequeños de la Unión.
Y lo peor es que el hielo perenne ha caído ya por debajo de todos sus mínimos históricos conocidos. En 2007 se redujo un 40% en sólo veintiocho años. En 2008 ya es un 30%. O sea, la disminución es de un 10% en un solo año... que ha sido un año muy frío, además. Tradicionalmente el hielo perenne cubría entre el 50 y el 60% de las aguas árticas. Este año cubre menos de un 30%. El hielo verdaderamente antiguo, el que lleva en el Ártico no menos de seis años, se redujo al 20% del total a lo largo de los ochenta. En estos momentos es menos del 6%. Y sigue retrocediendo y, lo que es peor, adelgazando.
No es hielo todo lo que parece, o si lo es, no va a estar ahí mucho tiempo. ¿Alguien se imagina un círculo polar de quita y pon, con todo el hielo desapareciendo en verano y reapareciendo sólo lo que dura el invierno, y sólo si este es verdaderamente frío? Pues esa podría ser la tendencia, de seguir así. Y eso que los últimos tres años pueden considerarse «buenos», particularmente el último, cuando se han registrado temperaturas más frías de la media en muchos de los espacios árticos. Los científicos saben que no es para echar campanas al vuelo: simplemente es el efecto de las llamadas Oscilaciones del Sur y del Norte, cuando la presión atmosférica se ajusta con los océanos creando corrientes cálidas (el Niño) o frías (la Niña).
Un declive alarmante
Por eso la NASA ha decidido dar toda la publicidad y a la vez toda la seriedad posible a sus últimas observaciones climáticas, que muestran un declive veloz y muy alarmante no ya de la cantidad, sino de la calidad de los glaciares árticos.
En una teleconferencia internacional celebrada ayer, tres expertos de la NASA explicaron pacientemente, una y otra vez, por qué puede parecer que hay más hielo cuando en realidad hay menos. Seelye Martin, del programa de ciencias criosféricas de la división terrestre de la NASA, Josefino Comiso, del programa de ciencias criosféricas del centro de vuelos espaciales Goddard y Walter Meier, del centro nacional de datos de nieve y hielo de la Universidad de Colorado, insistieron en que los mapas árticos actuales son los de una permanente anomalía. El glaciar se funde no por arriba sino por abajo, va ahuecándose por dentro. Va camino de ser más un escaparate de hielo que verdadero hielo macizo.
Hielo más voluble
Meier explicó que a medida que el hielo envejece se hace más espeso. El hielo ligero es el más voluble. El fuerte viento sacude a veces las masas heladas y las expande, ayudándoles a cubrir una extensión que visualmente puede ser casi satisfactoria o por lo menos muy parecida a la del año anterior. Pero en realidad se trata de hielo mucho más delgado, hinchado como una especie de globo. Y firme candidato a fundirse a la primera oportunidad.
El riesgo es mucho mayor para el hielo ártico que para el antártico, puesto que geográfica y morfológicamente son como la noche y el día. La Antártida es una gran extensión de tierra helada, un verdadero continente aparte, cercada de océano. El círculo polar ártico es un océano cubierto de hielo rodeado de tierras. Está claro cuál de los dos hielos tiene más base y más posibilidades de aguantar.
Mientras Meier calificaba todo esto de «dramático» y Martin moderaba, a Comiso le tocó cargar con la cruz de la cautela científica y hacer frente a todas las dudas. Empezando por los escepticismos metodológicos: ¿y cómo puede la NASA determinar el grosor y hasta la edad del hielo, si sólo lo «ve» vía satélite?
Señales infrarrojas
Los científicos multiplicaron las explicaciones. Dieron detalles de cómo la observación por satélite no se limita al contacto visual, por espectacular que este sea, sino que incorpora las lecturas de señales infrarrojas capaces de atravesar las nubes y tambié el seguimiento del movimiento del hielo a través del océano. Es cómo se mueve, más casi de qué aspecto tiene, lo más revelador de la verdadera naturaleza del hielo.
Comiso subrayó que, aunque siempre es difícil interpretar los datos, este año la pérdida de masa gélida es tan severa, tan drástica, que resulta imposible negar la evidencia y mirar hacia otro lado. Es más, el problema se retroalimenta, agravándose a sí mismo una y otra vez: «cuando hay menos hielo en verano el Ártico recibe más calor, se calienta más, con lo cual le cuesta más generar más hielo en invierno».
¿Y las consecuencias? Ni siquiera los científicos se ponen de acuerdo con absoluta precisión en qué pasaría si de verdad llegaran a fundirse los polos. En el caso del Ártico, más vulnerable por su carencia de base continental, hay quien se ha atrevido a fijar fechas que van del 2080 al 2100. También se da por hecho que el día que eso suceda el nivel de los océanos subirá seis veces más de lo necesario para sumergir Londres o Nueva York.
Pero no hace falta, ni mucho menos, llegar a eso para que los efectos negativos, más o menos espectaculares, dejen su traza en el ecosistema. De la robustez de los hielos árticos y antárticos depende el equilibrio y la salinidad de las aguas del planeta y la supervivencia de muchas especies. Además, en el caso del Ártico, no sólo confluyen intereses naturales. Las prioridades encontradas de todos los países que allí tienen territorio han sido particularmente conflictivos desde la guerra fría y sobre todo desde el descubrimiento de codiciados yacimientos energéticos. Todo ello ha frenado la cooperación científica y ha dejado los hielos de nadie a su merced. O, lo que es peor, a la nuestra.

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