La explicación es que en la superficie de las amígdalas contamos con un receptor llamado CXCR4 que participa en la unión del virus y las células susceptibles de infección.
Por un lado se desmiente que el virus de inmunodeficiencia humana se transmita por vía oral cuando hay heridas bucales. Por otro se corrobora el poder antiviral de la saliva, así como las diferentes moléculas que recubren las paredes de las encías (las queratinas) y que actúan como barrera profiláctica.
Sharon Wahl, del Instituto nacional de Investigación Dental y Craneofacial, en Bethesda (Maryland) llegó a esta conclusión tras comparar los perfiles de expresión genética de amígdalas y encías, donde además de hallar en amígdalas mayor expresión del coreceptor CXCR4, encontró que las proteínas antivirales se hallaban en niveles más bajos en ellas.
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