El martes primero de julio de 2008, Carlos Rodríguez, propietario de un minimercado en el populoso sector de Fontibón, en el momento en que organizaba la mercancía para comenzar su jornada cotidiana, notó con extrañeza que en una de las botellas de litrón de la gaseosa Seven Up, había un cuerpo extraño. Al observarlo con cuidado, concluyó que se trataba de un animal muerto de unos diez centímetros. De inmediato, alarmado por el hecho y la posibilidad de que su clientela se enterara, lo guardó en un rincón del establecimiento.
Al día siguiente, llamó al distribuidor. A las pocas horas aparecieron varios empleados de la embotelladora, quienes le solicitaron que les dejara ver la misteriosa botella. El tendero, con extremo sigilo y francamente asustado, mostró el litrón. Atónitos le indicaron que se la tenían que llevar para hacerle un estudio y de paso expresaron su extrañeza al ver el roedor.
El dueño del negocio, con la malicia propia del campesino y pensando en que su negocio de siete años podía venirse a pique con un escándalo, no aceptó el trato, guardó la botella y pensó en un segundo plan: asesorarse de un abogado conocido.
Sin embargo, antes de que encontrara a un abogado de confianza, llegó al negocio un representante de la firma responsable de la gaseosa, quien al escuchar la versión de Rodríguez y constatar con sus propios ojos el animal en la botella, hizo fotografías, tomó la fecha del envase y del lote de producción y prometió volver cuanto antes. A la semana siguiente volvió con dos personas, quienes nuevamente le propusieron que les dejara llevarse la botella y que, a cambio, iba a recibir varias cajas de gaseosa. Rodríguez no aceptó el trato y retomó la idea de buscar a un abogado.
Entre la fecha del hallazgo del animal en la botella y las visitas para recuperarla, pasaron cuatro meses. Hasta que un día entró al establecimiento Cristian Camilo López, un joven abogado de 29 años, vecino del establecimiento. Carlos Rodríguez lo pensó varias veces y cuando se llenó de confianza en su espontánea conversación con López, le soltó la perla. Al abogado se le abrieron los ojos, y cuando vio el litrón exclamó: “Claro, es una rata, mírele los bigotes”. Acto seguido le pidió a Rodríguez que le escribiera todo lo sucedido en el caso.
El tendero le hizo caso y en dos páginas de block rayado, resumió lo sucedido. “Yo le dige que que aciamos y me dijo que daban unas cajas de gaseosa yo le dijo que no y así se quedo. Nunca me bolbieron a Bisitar para decirmen nada. Ace como aprocimadamente 4 meces que pasó esto (sic)”, relató Rodríguez lo acontecido (ver facsímil). A partir de entonces el abogado Cristian López se encargó del asunto. Primero le tomó varias fotografías a la botella y un video. Después formalizó el reclamo ante Servicio al Cliente de Gaseosas Colombianas S.A. Sur.
La reacción de los fabricantes fue invitarlo a conocer la planta para ratificar los estándares de control de calidad. López se negó argumentando que sólo quería una solución inmediata al caso. Quienes lo atendieron le sugirieron dejar la botella para realizar los exámenes de rigor. López tampoco aceptó y ante la falta de una solución expedita, reclamó por escrito. El 18 de diciembre de 2008 llegó la carta de respuesta, suscrita por el gerente administrativo de Gaseosas Colombianas S.A. Sur, Juan Eduardo Mejía Gómez.
Además de explicar el proceso de producción de la gaseosa, recordando que cumplía con todas las normas Icontec, Mejía Gómez, al evaluar las probabilidades de que un cuerpo extraño se filtrara en el envase, argumentó que pudo ser producto de una falla humana en la inspección del envase lavado, pero que de todos modos la planta contaba con tres sistemas de control adicionales. Finalmente, el gerente Mejía expresó que seguramente el producto no se había producido en la planta y que para descartar un retape del producto, era necesario analizar en sus laboratorios la evidencia.
El abogado Cristian López se negó a entregar el envase y, mientras pensaba qué hacer, hizo público el caso durante una clase de su especialización en derecho penal en la Universidad del Rosario. Entre otras sugerencias, escuchó decir a sus compañeros y algunos docentes que la única solución era llevar el asunto a estrados internacionales, tal como había sucedido con la muerte de un niño en el Hotel Hilton de Cartagena, que se discute en una Corte del Estado de la Florida. Además porque en otras instancias internacionales, ya existen antecedentes de circunstancias semejantes.
La idea de sacar el tema del país obedeció a que la marca Seven Up comercializada en Colombia corresponde a una franquicia adquirida y explotada en el país como una bebida carbonatada a cargo de Postobón S.A. Por eso, consciente de que se trata de la pelea de un tendero contra una multinacional, algo así como David enfrentado a Goliat, la primera acción del abogado López fue buscarse un consultor de peso. Como su socio es criminalista de oficio, en el primer sondeo salió el nombre: el ex director de Medicina Legal, Máximo Duque.
Duque, una verdadera autoridad en asuntos forenses, escuchó el caso, con una peculiaridad que le otorgó más autoridad a su concepto. En sus días de infancia, en Ituango (Antioquia), le ayudaba a sus padres en una tienda familiar y dice que en aquella época era común que aparecieran objetos en las botellas de gaseosa. “Como se usaban candelabros, no era raro que aparecieran pedazos de vela. Pero entonces lo que se hacía era que se devolvía el producto y lo cambiaban. Además su tío era embotellador.
Es más, Duque recuerda que era tan normal la situación, que su tío, quien aún vive, conserva una especie de museo con botellas de gaseosa que fueron devueltas por los tenderos con insectos, juguetes, anillos o residuos de papel. “En ese tiempo, el control se hacía a puro ojo; no es como hoy que es un proceso industrial”, expresó el ex director de Medicina Legal, quien básicamente, sobre el tema de la rata en la botella de Seven Up, conceptuó que el camino correcto son los estrados internacionales.
Por ahora, al abogado Cristian López se le atravesó una oportunidad magnífica para estrenar su especialización en derecho penal. Él dice que en derecho penal económico. A su vez, el tendero Carlos Rodríguez se limita a comentar que a él no le pararon bolas, de tal manera que prefiere que se entiendan con su abogado. Sin embargo, casi como un trofeo, bien escondida, guarda su botella. Escasamente su esposa sabe dónde está. La rata se está deshaciendo en el líquido, pero ahí están las fotos y el video. El caso apenas comienza.